La noche se
cerraba en Valencia donde había ido con mi mejor amiga a pasar el fin de
semana, a recuperarnos del frío que hacía en nuestra ciudad y poder pasar
tiempo por la playa en aquella ciudad de la costa.
No parábamos
de dar vueltas por los pueblos buscando un restaurante en el que se nos
antojara cenar. Divisamos el Fitzgerald tras dar la vuelta a una rotonda y
decidimos parar allí. Eran pasadas las once de la noche, pero decidimos probar
suerte. El restaurante podría decirse que tenía una de las decoraciones más
bonitas que había visto en mi vida, una pared decorada con guitarras eléctricas
y banco de madera para sentarse. Se notaba que no había nadie al observar la enorme sala vacía, a excepción de una
persona, una señora rubia con un cuaderno y un bolígrafo en el que no paraba de
escribir. Pensé estar viendo alucinaciones al darme cuenta de que la persona
que teníamos justo en frente era J.K. Rowling.
-Dime que
estoy viendo bien- le dije a mi amiga.
-Si me estas
preguntando que si tenemos en frente a una de las personas que más han influido
en ti en los inicios de tu carrera como escritora, la respuesta es sí.
-¿Crees qué
tendría que decirle algo?
-Espera que
cojamos mesa y pidamos y ahora te acercas.
Así lo
hicimos, pero resulta que en el restaurante no estaban dispuestos a darnos de
cenar ya que habían cerrado las cocinas y lo único que nos daban eran batidos.
Intentamos convencer al camarero, pero no parecía que fuera a ceder.
-¿Hay algún
problema?- mi cabeza tradujo el inglés de una persona a nuestra espalda, era la
única persona del restaurante, así que nos imaginamos quien era sin necesidad de
movernos.
-La cocina
está cerrada y no quieren darnos la cena- contesté en un inglés que hasta me
costaba pensar que me estuvieran saliendo las palabras en un idioma que hacía
tiempo que no hablaba.
-¿No hay
ninguna forma de arreglar esto?- preguntó mientras dejaba su bandeja sobre el
mostrador.
El corazón
me latía a toda de velocidad solo de saber que tenía a J.K Rowling a escasos
centímetros.
-Gracias,
por intentar ayudar, pero no se preocupe.
Giré la
cabeza hacia la mesa sobre la que estaba su cuaderno y pregunté:
-¿Trabajando
en un nuevo proyecto?
-Sí, claro,
nunca he dejado de escribir.
-Los
escritores nunca dejamos de escribir.
-¿Estás
interesada en la literatura?
-Estudio
literatura y estoy en proyecto de ser escritora, ¿podría darme algunos
consejos?
-Será un
placer.
Acabamos
pidiendo batidos y sentándonos con ella a hablar sobre literatura, sus
experiencias e incluso me llegó a dar consejos muy útiles para mis futuras
novelas.
Nuestra cena
acabaron siendo batidos de chocolate, pero se compensó con la gran noche que
pasamos.
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