Estoy de pie
en mi cocina preparando la cena para mi primera noche sola en casa de este fin
de semana.
Mis padres
han decidido irse de viaje estos días y mis exámenes de la semana que viene me
han impedido ir con ellos. Tampoco he conseguido acompañante ya que mis amigas
están ya de vacaciones y también han decidido salir de viaje. Siempre soy la
única pringada que tiene que quedarse estudiando hasta el final.
Estoy
cortando la lechuga de mi ensalada cuando, de repente, la luz se va en toda la
casa.
Vivo en una
urbanización alejada del centro de la ciudad, así que me asomo a la ventana
para ver si ha pasado lo mismo en el resto de las casas, aunque la mayoría
deben estar vacías. No veo ni una luz a través de mi ventana, ni siquiera las
farolas de la calle están encendidas, lo único que se ve a la luz de la luna
son las pequeñas gotas de lluvia que empiezan a caer.
Nunca he
tenido miedo a la oscuridad, pero me molesta estar a ciegas en mi cocina.
Mientras espero a que mis ojos se acostumbren a ella, las escaleras, el suelo
de madera y los muebles empiezan a crujir. La lluvia cae cada vez con más
fuerza, el viento hace ruido al golpear las persianas y la luz no vuelve.
Empieza la tormenta y los relámpagos alumbran mi casa como si fueran luces de
discoteca, se apagan y después se encienden, llenan mi casa de luz y después
vuelve la oscuridad.
Tampoco he
tenido nunca miedo a las tormentas, pero mi corazón empieza a latir golpeando
mi pecho cada vez con más fuerza.
La tormenta,
el viento, la lluvia, la luz que no vuelve y el crujido de toda mi casa hacen
que se me aceleren las pulsaciones.
La luz
decide volver y mi cuerpo parece relajarse, hasta que alguien llama a la
puerta. Me acerco asustada a ella, deseando que sea algún vecino tan pringado
como yo que ha tenido que quedarse el supuesto primer fin de semana de
vacaciones en su casa estudiando. Giro el pomo con cuidado y solo me da tiempo
a abrirla unos centímetros antes de que la persona que está al otro lado golpeé
la puerta y entre corriendo en mi casa. Cierro la puerta y me giro rápidamente.
Entonces me encuentro con la última persona conocida a la que esperaba ver.
-¿Qué estás
haciendo aquí?- le pregunto a mi ex novio.
-Era la
única casa en toda la urbanización con la luz encendida.
-¿Y qué
pasa? ¿Te estaba persiguiendo alguien?- pregunto sarcásticamente.
-Sí-
responde, y mi cara se torna en una mezcla de sorpresa y miedo-. Me he metido en
un buen lío. ¿Puedo quedarme un par de horas hasta que sepa que me han perdido
de vista?
Había pasado
casi tres años sin saber nada de él, se había ido a otra ciudad sin dar ninguna
explicación y me había obligado a abandonar nuestra relación sin consultarlo
conmigo. Podría echarle de mi casa a él
y al lío en el que se hubiera metido y dejar que le cogieran, pero entonces
acepté y dejé que se quedara.
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