sábado, 6 de febrero de 2016

Relato 2: Reescribe la escena de don Quijote con los molinos de viento, pero imaginándose que se enfrenta a hordas de zombis

Estábamos en pleno verano, el sol era abrasador y ni nosotros ni nuestros caballos aguantarían caminando mucho más. Llevábamos recorrido un largo camino y aquella zona podía haber sido el desierto perfectamente, de haber sido consciente de que no habíamos atravesado el mar Mediterráneo. 
Mi amigo Alonso había tenido una repentina ocurrencia de salir de aquel lugar de la Mancha y emprender un viaje sin rumbo. Yo le había acusado en un principio de estar loco, pero mis ganas de salir y sus insistencias me impulsaron a hacerlo. Necesitaba explorar el mundo, ver que había más allá de nuestra ciudad, así que cogimos un par de caballo del establo y nos lanzamos a la aventura.
-Esto no puede estar pasando- dijo mi acompañante de repente, casi en un susurro.
A lo lejos empezamos a divisar molinos.
-Por fin algo que no es solo arena- dije.
-¡A caso estás ciego! ¡No ves lo que esta sucediendo!
Era cierto que habernos topado con unos molinos no nos serviría mucho, pero llevábamos caminando todo el día a través de la nada.
-Probablemente habrá una posada no muy lejos de aquí Alonso, pararemos a descansar, no te desesperes.
-No me importa la posada. ¡Lo que me preocupa son los zombis que están viniendo hacia nosotros!
El calor debía de haberle frito el cerebro.
-Sabía que en algún momento tenía que llegar el fin del mundo- continuó-, pero nunca me imaginé que sería una horda de zombis lo que acabaría con nosotros.
-Oye, creo que empezamos a acercarnos a un pueblo. Estamos sin agua y la deshidratación te estará provocando alucinaciones, aguanta solo un poco más.
-Acabaré con ellos antes de que puedan llegar al pueblo y destruirlo.
Ahí fue cuando me di cuenta de que mi amigo realmente había perdido la cabeza. Sacó una navaja del bolsillo, saltó del caballo y salió corriendo hacia los molinos. Empezó a clavar la hoja sobre las piedras y yo no sabía si saltar también del caballo e ir a tranquilizarlo corriendo el peligro de ser acuchillado por su navaja y sus propias manos, o esperar a que cayera agotado y rendido del cansancio. Por un segundo pensé en optar por lo segundo hasta que una de las aspas del molino se engancharon a su camiseta y lo levantaron por los aires, entonces opté por la primera opción.
-¡Baja de ahí!- le grité desde los pies del molino.
-¡Me han cogido! ¡Me han cogido!- gritaba.
Cuando las aspas volvieron al suelo intenté tirar de él pero lo único que conseguí fue quitarle la navaja.
-¡Van a acabar conmigo! ¡Huye tú y salva tu vida!
Esperé a que el molino diera la segunda vuelta y está vez si conseguí bajarle de las aspas. 
Se quedó prácticamente inmóvil y con la respiración agitaba. Le subí al caballo y media hora después llegamos al pueblo más cercano. Localicé una posada y le subí a una habitación. Le di de beber y de comer.
-Ahora te das cuenta de que este viaje improvisado ha sido una locura ¿verdad?- le pregunté.
-Has arriesgado tu vida ante los zombis para salvar la mía. Te estaré eternamente agradecido- contestó ignorando mis palabras.

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